Mea culpa

Esta es la historia de una familia humilde y trabajadora, seguramente- como la que componen la mayoría de los hogares chilenos. A medida que va transcurriendo resulta más difícil entender cómo fue posible que la persona que más sentido le da al hogar como es un hijo, se transforme en el motivo central de una tragedia que supera todo lo imaginable.

Esta terrible historia acontece en la ciudad de Concepción. Y aunque es el fiel reflejo de lo que nos sucede a diario, nos permite sumergirnos en la mente de una persona que solo podríamos captar conociendo su acto criminal.

Marcela Carrillo (Francisca Reiss) quedó viuda con dos hijos y se mantuvo así, sumida en una profunda depresión por la pérdida irreparable del amor de su vida. Pero ella tuvo una segunda oportunidad, cuando conoció a Mario Bauzá (Patricio Strahovsky). Ninguno intuía que su pasión sería el detonante del hecho más cruento que se recuerde en Los Ángeles.

Marcelino Manquilef (Luis Barrales) es un joven vividor, drogadicto y holgazán. Involucra a José Liberona (Claudio Ravanal) en un robo. Días después y como no le quiere dar su parte en el botín, José va a su casa para llevarse cosas. Marcelino lo descubre. En una violenta pelea, le da muerte y entierra su cuerpo. Pasa el tiempo. La propiedad es adquirida por otros dueños. Sin embargo, extraños fenómenos paranormales empiezan a ocurrir en la casa. Además, Marcelino siente constantemente la presencia de su otrora amigo, quien pide auxilio desde ultratumba para que se haga justicia.

Esta increíble historia acontece al interior de Loncoche. El paisaje es hermoso y tranquilo, pero oculta un drama familiar que llevará a sus protagonistas a una de las tragedias más horrendas que se recuerde en la región.

La pareja compuesta por Leontina Reyes (Maité Fernández / Varinia Aguilera) y Rafael Guerra (Alfredo Mendoza / Max Corvalán) no están casados. Pero de su unión tienen dos hijas: Gladys (Paola Lara / Paula Gunsch) y Edith (Macarena Prieto / Catalina Alvear). Todos ellos conforman una familia tranquila y de buen pasar, excepto cuando Rafael- en sus arranques de libertad- se queda fuera de la casa y llega con algunos tragos de alcohol en el cuerpo. Los comportamientos erráticos de los padres fueron marcando profundamente la vida de estas niñas quienes, sin darse cuenta, tomaban partido tras cada pelea. Mientras Gladys se identificaba más con su padre, Edith hacía lo propio con su madre.

En las lejanas tierras australes de nuestro país, surge una historia que nos conmoverá profundamente no solo por las brutales características del crimen, sino por la lección que todos debemos sacar de su protagonista. Los delitos no se cometen necesariamente en el momento en que el victimario agrede a la víctima, sino que éste se fragua mucho tiempo antes. E incluso el germen que acciona la violencia puede enquistarse en la etapa de la niñez, con todo lo que ello significa.

El castigo por pensar distinto, más allá de la corriente política que lo aplique, es, sin duda, la corriente que más denigra a la raza humana. Si algún valor tiene esta historia es la humilde pretensión de ponernos- aunque sea por un segundo- en el lugar del otro.

En Porvenir tiene lugar esta historia que conmueve, no dolo por la factura d3el crimen, sino porque su desenlace involucra a toda una familia.

El axioma dice que el estado de madurez se alcanza cuando el hombre está preparado para esperar lo inesperado. Es decir, ignoramos qué nos puede acontecer a la vuelta de la esquina. Pero sea lo que sea, estaremos en condiciones de aceptarlo. ¿Nos podemos convertir en criminales de la noche a la mañana?

Esta historia nos lleva al lugar común de muchas familias chilenas: la pobreza. Pero estamos hablando de aquella pobreza digna, de gente luchadora que tiene la esperanza de salir adelante algún día. Ciertamente, el mayor obstáculo de quienes postulan a estos sueños imposibles es la realidad. No solo se surge por querer, sino se surge porque las condiciones se deben dar. Y éstas, lamentablemente, no son de su responsabilidad. Quizás el único capital que tienen las familias carentes son sus hijos, y en ellos está su preocupación. Pero claro está que para criar un hijo que le gane a la vida y que pueda postular a mejores condiciones, lo primero es educarlo.

Caso de Luis Humberto Flores