Mea culpa

Este caso es muy impactante, pero para entender su figura, quizás sea necesario detenerse en la importancia que tiene para el ser humano su pasado, y lo difícil que debe ser despojarse de una conducta que viene adherida al cuerpo como una marca hecha a fuego.

Esta historia, sin duda, comienza muchos años antes de cometerse el crimen. Y adquiere importancia, porque el victimario es una persona común y corriente, como cualquiera de nosotros.

Leonidas García (Luis Dubó) es el típico hombre acostumbrado a la cárcel que aquí recibe el seudónimo de “canero”. Su infancia no fue fácil, ya que su padre se violentaba con él. Quizás allí generó su personalidad agresiva, que lo convirtió en un hombre temido en la zona de Cauquenes. Pero Leonidas no solo es atrevido con la vida y su entorno, sino también con su propia familia. A menudo ellos deben soportar su mal carácter.

Esta es una historia difícil, no solo por las características del crimen, sino porque es necesario contextualizar la atmósfera de riesgo y marginalidad en la que viven ciertas familias. Para muchos que no tienen carencias básicas, podrá parecerles que esta temática es como una bofetada al alma. Pero, ciertamente, de nada vale nuestro crecimiento sino somos capaces de mirar al otro con verdadero sentido social. Porque, queramos o no, estas personas son también chilenos.

Esta historia pasional conmovió a la zona de Parral y al resto del país. Un caso que cala hondo en las familias, pues se aprecia cómo el germen de la criminalidad se va gestando gradualmente al interior de una de ellas, y que perfectamente se pudo abortar a tiempo.

María Espinoza tuvo en vida nada menos que 10 hijos. Ella se fue de este mundo con la íntima impresión de haber criado a los suyos de acuerdo a conductas correctas, inherentes a seres socialmente adaptados. Pero para ella nada fue fácil: su esposo era alcohólico y sostener una familia tan numerosa, le significó trabajar como lavandera en casas particulares. Sus hijos quedaban al cuidado de cualquier persona de buen corazón que aceptara tenerlos, mientras ella ganaba el sustento familiar. Claramente hubo muchas razones para que, mas de alguno de ellos, pudiera optar por aquellos oscuros caminos que riñen con la sociedad. Esta historia perversa que aconteció en la población “La Candelaria” del sector de San Pedro en la ciudad de Concepción, cuenta el devenir del quinto hijo de esta mujer, Alvio Rivas Espinoza (Luis Cerda), cuya conducta posterior a su muerte, más le vale no haberla conocido.

En las cercanías de Litueche, un pueblito cercano a la sexta región se desarrolla esta historia. Sus personajes pertenecen a este entorno y grafican una forma de vida precaria y básica, que se ha mantenido por años en las zonas rurales. El trabajo, la educación, la vida social y, en general, su comportamiento, tienen códigos especiales.

Hugo Bustamente Pérez (John Knuckey) está recuperando su libertad, tras haber sido condenado a cinco años y un día por reiterados robos. Su destino es incierto, tan incierto como lo ha sido su vida. Este hombre desde muy temprano consumió alcohol y drogas. Aun así, Hugo es un hombre que ha tenido oportunidades y roce. Conoce, precisamente buscando trabajo, gran parte de Sudamérica y con estos viajes, ha suplido su escasa educación.

En realidad, esta historia puede confundir a más de alguno, porque la figura delictiva no solo es única, sino también muy contradictoria. Estamos seguros que, más allá de su temática, considerada por muchos como aberrante, existe un delgado límite entre la víctima y el victimario, que nos debe comprometer con una profunda reflexión. Queramos o no, todos seremos a partir de ahora un poco jueces en la vida de Ignacio Navarrete Olavarrieta (Claudio Jara).

Esta historia, probablemente, es desde el punto de vista criminal una de las más gratuitas, absurdas e incoherentes de las que se tenga registro. Y es también unas de las que, en mejor medida, muestra cómo personas comunes y corrientes traspasan, sin darse cuenta, el delgado límite que existe entre una conducta socialmente aceptable y la delincuencia.

Historia que acontece en Santa Cruz, Chile. Caso de Víctor Ramírez.

Rodrigo Palma (Mauricio Inzunza) y Ángela (Marcela Espinoza) decidieron contraer matrimonio. La ceremonia fue simple y no asistieron a ella ninguno de los familiares cercanos, debido a desencuentros y disparidades de opinión entre ellos. De modo que, de común acuerdo, los padres de ambos decidieron marginarse del evento más importante de la vida de sus hijos. Esta historia es muy especial, fundamentalmente porque habla de un sentido de criminalidad muy pocas veces visto. Y aunque su tema principal- el amor- puede ser lugar común- , en esta ocasión sus protagonistas- como una suerte de Romeo y Julieta- ven que de la noche a la mañana, los planes de tener una familia numerosa y feliz, se transforman en la peor de sus pesadillas.

Ricardo Cabrera (Nicolás Fontaine), pediatra y neonatólogo, llega desde Concepción a Los Ángeles, a objeto de pagar con trabajo su beca de especialización en el hospital de esta última ciudad. Él tiene 37 años de edad y esconde una homosexualidad reprimida durante mucho tiempo. Este viaje, sin duda, le ayuda a sus propósitos, ya que sus padres- sin decírselo- lo presionan para que les muestre a sus parejas o a su polola que, por cierto, él no tiene. De modo que estando aquí se libera y no tiene que darle explicaciones a nadie. La vida de este joven no asumido en su homosexualidad se ha tornado complicada, precisamente porque entiende que, como médico, no es prudente subrayar su tendencia sexual. Solo un círculo muy cercano de amigos y, principalmente, de amigas conoce su secreto.