La única manera de racionalizar un poco el enloquecido debate sobre la crisis catalana sería conducirlo al terreno de la política aplicada, donde habitan los problemas que los ciudadanos han de afrontar y necesitan resolver, pero es imposible. A 44 días de las elecciones autonómicas ni dichos problemas ni dichas soluciones han aparecido por parte alguna, ni se les espera.
Por el contrario, Puigdemont, con sus desaforados comentarios desde Bruselas, está queriendo elevar el enfrentamiento político al nivel del esencialismo: dictadura contra democracia, siendo él la democracia y España la dictadura con la complicidad de Europa. Puigdemont hace algo muy español, porque en España nos cuesta mucho secularizar la política. Enseguida la atiborramos de conceptos sagrados. La hemos convertido en una subespecie de la teología.